viernes, 30 de mayo de 2008

Hugo

19- 05- 08
Anoche, ¡ah, anoche!
Todo empezó por el frío, el frío invernal que Con sus dedos helados recorría tu espalda.
No suelo ser una mujer prevenida, Eso no está en mi currículo, Pero ese día por cosa de suerte O por azares del destino, O las circunstancias a caso, El detalle es que algo nos puso enfrente. Como digo, la dama blanca Que en mi tierra es transparente y mala, Estaba haciendo de las suyas con tu cuerpo Y no por hacerme un baño de santidad Hice mi buena acción de principio de año y Me despoje de una sudadera que en realidad me estorbaba.
Entonces no fue buena acción verdad? Me gustaste desde que te vi, Pero entre platica y platica me hiciste saber Que una mujer llenaba tu ser Y que serías incapaz (aja) de serle infiel. Creo que quisiste protegerte de mi Y que bueno que lo hiciste, Y no es que me de mis aires de dama maldita. Pero suelo ser muy dañina a largo plazo. De cualquier forma estuvo bien, Porque de ahí surgió algo que ninguno de lo dos Imaginaba y mucho menos planeaba. Después, como todo se acaba, la feria también lo hizo Y dejó detrás de sí, el trago amargo de la separación. Cuatro meses hacía que no te veía, Y hace un mes, como por arte de magia La feria nos acercó otra vez. Ahora tu no estabas tan seguro de si era yo, Porque tenía puesto mi disfraz de mujer vanidosa, Andaba sobre unas zapatillas y me veía: “tan bien, tan diferente, definitivamente bien” que de momento no supiste ni mi nombre o al menos eso dijiste. Y otro mes estuvimos juntos, Pero ahora no te me escondiste, Ahora eras tu quien me buscaba, Quien me platicaba, quien se entregaba A esa amistad que no pide nada. Los malos tratos me hicieron huir de la feria Sin si quiera decirte adiós, pero me hacías falta, Es que eres un “valecito chido”, Y ante noche regresé, no hice por buscarte
Porque me enteré de que te habías ido, Que habías regresado a tu playa bella, Y mientras bailaba con mi amiga, La necesidad de verte me llegó, pero las ganas y la necesidad las guarde para anoche. Fui a buscarte, tenía la plena convicción de que te iba a encontrar, vi tu emoción al verme llegar, vi como hiciste lo mejor posible para que tus clientes se fueran contentos pero rápido, y después de despacharlos me atendiste impresionado, te dije que me iba, y que solo pasaba a despedirme y en tu rostro pude ver la turbación y un rotundo “no” se artículo en tus labios, me ofreciste varias cosas de las cuales te arrepentiste al punto y pensaste en un “no puedo”, que si nos íbamos a bailar, que si una chela por allá, que si las películas en la casa, y luego pensaste en tu situación laboral y me dijiste no, simplemente no. Nos despedimos entre abrazos y besos, parecía una película romántica y todos se reían de nosotros, y en mis ojos las lágrimas se paraban para no hacer un ridículo. Me fui, nos fuimos a comprar libros y luego a ver los fuegos artificiales por la clausura de la feria, decidí acompañar a mi amiga a tomar el taxi para su casa e ir a darte una última oportunidad para darme un si, pero tu no, ese maldito no, no cambió de parecer. Te di un último abrazo y un beso en la mejilla me di la vuelta y me eché a llorar, ya no había marcha atrás, y no sabía cuánto tiempo iba a pasar sin verte. Llegué a la central de autobuses y para mi sorpresa me quedé varada, ni un maldito camión me quería alejar de la traumática experiencia de la despedida, iba a pasar la noche ahí sola, y con frío y recurrí a ti, que eras de todos modos mi último recurso, te mande un mensaje para que supieras que iba a pasar la noche allá, para ver si te animabas a tomar un café conmigo, al menos eso…
Once, doce, una, una y cuarto y yo escribiendo mi ansiedad y mi frustración: “no hay una escritora para mí?” y esa voz, me lleno de alivio, esa voz, tu voz secó mis lágrimas.
Estabas viajando, te conozco tan bien que por mucho que uses el remedio mágico para que no se note, yo lo percibo. Fuimos a tu casa, donde se quedaban todos tus compañeros, luego se te ocurrió salir por una cerveza. Me cuidaste, me mimaste, me hiciste saber que por lo menos esa noche, anoche, no iba a estar sola. Me diste a saber y a sentir que era “la banda”, tu “valecita” y que me querías mucho. Tu amigo se fue y nos quedamos solos, platicando, viajado, pero el vértigo no desaparecía de mí, intenté dormir y no pude, intenté llorar y tampoco, estaba desesperada y sin saber que hacer o qué decir. La película terminó, me abrazaste y nos dispusimos dormir. Y entre abrazos y besos en la mejilla, las cosas se pusieron mejor.
Me hiciste resbalar entre tus dedos, como agua tus besos entraron en mi boca, y tus manos se parecían al viento, tan suaves y tan concretas a la hora de tocar. Besos, miradas, caricias, más besos, el eterno juego de la pasión antes del momento cumbre, antes de ser uno y ninguno. Y comenzó el vaivén de nuestros cuerpos acompasados, acompañados de tiernas palabras que a mi oído decías. Se podían oír retumbar nuestros corazones acelerados en toda la casa al ritmo de tu cuerpo unido con el mío. Sentía tu cálido aliento recorrer mi piel, mientras dentro de mi desaparecías. Eras mi amigo, lo más cercano a un hermano y ahora también mi amante, o yo la tuya? eso ya no importaba. En mi cabeza se elaboraban preguntas que disipaste con tu lengua sobre mis pezones, quería articular palabras, pero a cada intento me sofocabas con tus labios. Mi piel ya no era mi piel, era tuya, la hacías tuya con leves mordidas, pasionales besos en mis piernas y manos, tus pensamientos eran los míos, y me los revelabas cual Satán a las brujas en el aquelarre; y nuestros corazones aumentaron el ritmo, nuestro clímax estaba por llegar, la cúspide del pecado perseguido por la inquisición. Tu mirada se cruzo por última vez con la mía, me avisaste que estabas a punto de… ni si quiera pudiste terminar la frase porque un gemido se ahogo en nuestras gargantas y los besos se desparramaron por todo tu cuerpo.
Anoche, ¡ah, anoche!
Fui tan tuya como tu mío, y la amistad no se termina, y no se si fue lujuria, si fue cariño, si fue compasión, si fue qué.
El reloj dio las 6:20 a.m. me tenía que ir y pude notar que tu no querías que me fuera, nuestra despedida fue larga, y unas lágrimas rodaron de tus ojos cuando me dijiste adiós, pero yo tenía que ser fuerte, tenía que soportar hasta que el taxi hubiera avanzado para poder derrumbarme, y mírame, aquí estoy, han pasado tantas horas desde que besé por última vez tus labios, pero para ser sincera no te extraño con ese amor pasional, extraño al latoso, al que me fastidia, al que tengo que aguantar, a mi amigo, a mi confidente.

Mil besos a donde quiera que estés amigo, te quiero mucho.

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